Colivencs del covil.


Onil, un pueblo recogido en las faldas de la sierra a la que da nombre, creció bajando escalones. Desde las peñas a las que se iba pegando como un liquen, hasta la gran marjal que le proporcionaba las huertas.
En sus primeros siglos de historia, el centro de su vida transcurría por sus calles angostas, serpenteantes e impregnadas del olor a humedad que proporciona estar adosado a unas rocas grises y parcas en vegetación. No toda la población se encontraba dentro del pequeño casco urbano, también se repartía por todo el término, desde las masías mas alejadas de la montaña hasta las del valle.
Sus gentes humildes y laboriosas diversificaban su economía gracias a las materias primas que la naturaleza les había regalado, algunas zonas proporcionaban una arcilla rojiza ideal para moldear en las alfarerías, en el valle, los bancales tenían una tierra rica en minerales que alimentaba a unos olivos encargados de regalar un zumo exquisito y adobar sus frutos con las hierbas recogidas de la sierra, había algo de viña, almendros… También había ganadería, pero si en algo fue conocido el antiguo Onil, fue por la cría de conejos, de ahí el gentilicio de sus habitantes: Colivencs (de covil (conejeras), covil-coviilenc, covilenc-colivenc).

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